23.5.08

Imaginario latinoamericano

Por Alberto Manguel
Babelia, Suplemento Cultural de El País,
Madrid, 24/05/2008


Dieciséis novelas posteriores al Boom reflejan la vertiginosa inspiración, la extraordinaria experimentación y la visión precisa y estremecedora de la historia de América Latina.

Elena Poniatowska (México)
Querido Diego, te abraza Quiela (1978)

Fue con esta brevísima y perfecta novela que Elena Poniatowska se hizo conocer en el mundo literario. Angelina Beloff, rusa exiliada en el desolado París del fin de la Primera Guerra Mundial, agobiada por el recuerdo de un hijo muerto, escribe durante un año cartas a quien fuera su amante, el pintor Diego Rivera. Las cartas de Angelina (firmadas simplemente Quiela, el apodo que Rivera le dio durante su romance) quedarán sin respuesta, pero esa voz única, esperanzada, construirá, página tras página, el retrato de una mujer enamorada que no se resigna a la derrota. Todo en este libro es delicado, apenas dicho, apenas vislumbrado, discreto, como si lo que cuenta Quiela perteneciera ya al pasado. Las novelas de amor suelen pecar de trivialidad o sensiblería; Querido Diego evita sabiamente ambas faltas y logra hacerse misteriosamente memorable.

Tomás Eloy Martínez (Argentina)
Santa Evita (1995)

Los literales estudiosos de la literatura latinoamericana robaron a los historiadores de arte el término "realismo mágico" para justificar una narrativa que les parecía alejada del documentalismo de Galdós y de Zola. Prefirieron ignorar que la historia de la América española abunda en monstruosas fantasías y argumentos estrafalarios que aún el más temerario de los narradores de ficción no se atrevería a inventar. Entre éstos se destaca, en Argentina, la saga de Juan Domingo Perón, de su esposa Evita y del resto de la inverosímil compañía. Tomás Eloy Martínez, pionero del llamado "nuevo periodismo" latinoamericano, no necesitó inventar nada: se limitó a contar la historia de Evita, en un lenguaje claro, medido, inteligente, con rigor documental. Los hechos son ciertos; sólo la técnica pertenece al campo de la ficción. El resultado es una obra maestra.

Ricardo Piglia (Argentina)
Respiración artificial (1980)

Heredera de una concepción dieciochesca del campo de la ficción, Respiración artificial es una obra absolutamente original en la narrativa latinoamericana del siglo XX. Novela filosófico-política o tratado histórico disfrazado de relato, publicada cuando faltaban todavía unos años para el fin de la dictadura militar en Argentina, sugiere que esa época de terror fue consecuencia o fruto del régimen tiránico instaurado por Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX. Para desarrollar su tesis, Piglia monta un juego de espejos que se explican y se amplían mutuamente. El lector empieza creyendo que el juego es puramente literario, sazonado de apartes críticos sagaces y divertidos; a medida que avanza, se da cuenta de que los personajes son piezas en una partida cuyo tablero es la historia de un país repetidamente traicionado.

Roberto Bolaño (Chile)
Estrella distante (1996)

Bolaño ha sido condenado a la fama póstuma y a una reverencia que él mismo hubiese abominado. Antes de su muerte en 2003, era un escritor desdeñado, admirado tan sólo por sus amigos; ahora es considerado, en las palabras de Susan Sontag, "el escritor más influyente de su generación en el mundo de habla castellana". La mejor obra de Bolaño, Estrella distante, de 1996, existe sin duda entre estos dos extremos. Es el aterrador retrato de un poeta asesino, fabulador amoral y emblemático del momento en que Chile pasa de la democracia a la dictadura. Aquí la voz de Bolaño es medida, precisa, por momentos de vertiginosa inspiración, rica en detalles geniales. Como un capítulo perdido de su más ambiciosa y menos lograda novela, La literatura nazi en América, Estrella distante es un retrato ejemplar del artista seducido por la promesa de poder.

Reinaldo Arenas (Cuba)
Otra vez el mar (1982)

El curioso fenómeno conocido como el Boom latinoamericano de los años sesenta a los setenta reveló a un vasto público la obra de escritores tan diversos como García Márquez y Vargas Llosa, Fuentes y Cabrera Infante, Edwards y Pitol, Puig y Allende, y permitió a la generación siguiente (ya algunos olvidados) encontrar su lugar en las bibliotecas del mundo. Entre ellos, Reinaldo Arenas, heredero del lenguaje barroco de su compatriota y maestro, José Lezama Lima, y cronista implacable de la tiranía castrista. Arenas retrata a través de su obra la realidad fantástica y sufrida de Cuba. Su tercer libro, Otra vez el mar, es la memorable crónica de una pareja traicionada por la Revolución. Fue publicada en 1982, después de haber sido confiscada dos veces por las autoridades penitenciarias y reescrita por Arenas una tercera vez, y es quizás su novela más lograda.

Eduardo Berti (Argentina)
Agua (1997)

Héctor Bianciotti confesó que en los treinta largos años en los que leyó manuscritos para editoriales, sólo había descubierto siete escritores: el último era Eduardo Berti. Agua, de 1997, marca el redescubrimiento de una temática por entonces casi olvidada en castellano: la aventura metafísica iniciada por Baroja, Bioy Casares y Peyrou. A partir de un testamento ficticio, Berti trató de imaginar la historia de una viuda portuguesa a principios del siglo XX, cuyo marido le deja su castillo a condición de que volviera a casarse. Reflejo contrario del de Kafka, al cual no se llega nunca, el castillo de Berti es una prisión de la que nadie escapa. Ficción absoluta, todo en Agua es mentira, juego de seducción para que el lector crea estar leyendo un cuento y sólo tarde descubra que Berti lo ha enfrentado a una implacable cuestión de vida o muerte.

Juan José Saer (Argentina)
El entenado (1982)

Unos de los olvidados de la generación del Boom, Juan José Saer, sólo comenzó a cobrar fama en los últimos años de su vida. El entenado, publicada en 1982, décadas después de sus primeros notables libros de cuentos y casi al inicio de la larga serie de novelas que constituyen lo esencial de su obra, tardó en ser reconocida. El entenado es una novela histórica que transcurre en el siglo XVI, contada en la voz de un anciano español que viajó en su adolescencia al Río de la Plata y que ahora, de regreso a España, rememora los largos años en el Nuevo Mundo, entre los indios colastiné, "toda vida", dice en cierto momento, "es un pozo de soledad que va ahondándose con los años". Es desde la profundidad de ese pozo que nos llegan los recuerdos que tratan de dar sentido a esa empresa colosal, temible, culpable, que fue la colonización de América.

Martín Caparrós (Argentina)
La Historia (1999)

Hay novelas cuya desmesurada ambición las vuelve casi imposibles aun para sus más empedernidos lectores: el Finnegans Wake de Joyce es el ejemplo más notorio. A diferencia de Joyce, el propósito de Martín Caparrós parece haber sido no ya encerrar la historia universal en un ejercicio de inventiva logorrea, sino el de brindar un mito original a su país, la Argentina. La Historia, publicada en 1999, es la crónica de una imaginaria civilización precolombina, pero es también la glosa de ese texto por un lector contemporáneo que descubre en él las raíces de las revoluciones del siglo XX. Caparrós pasa revista a un sinnúmero de "versiones" de la lengua castellana, desde la lírica del Siglo de Oro hasta el vocabulario teórico de los universitarios contemporáneos, con inspirada maestría. Quizás no sea una obra cabalmente lograda, pero sí una de las más apasionantes.

Eduardo Galeano (Uruaguay)
Memoria de fuego (1982-1986)

Entre 1982 y 1986, Galeano publicó una trilogía que escapa a las tradicionales definiciones del género. Mezcla de anécdota histórica y fábula, de hecho verídico y de cotilleo, de cita y de glosa iluminada, de prosa y de poesía, los tres volúmenes son una crónica florida de las Américas, hecha de episodios verídicos y relatos fantásticos hallados en un sinfín de fuentes antiguas y modernas. Los textos, presentados en orden cronológico (lo cual alienta la vocación del lector a leerlos como “crónicas reales”), son el equivalente del objet trouvé, ejercicio narrativo utilizado por Marcel Schwob en Vidas imaginarias y por Borges en su Historia universal de la infamia, y que Galeano reinventa con un propósito más generoso: redefinir el continente. Los tres volúmenes —Génesis, Las caras y las máscaras y El siglo del viento— dan forma literaria al imaginario americano.

Antonio Skármeta (Chile)
Ardiente paciencia (1985)

Convertida en la película El cartero, Ardiente paciencia fue la novela que dio a conocer a Skármeta más allá de las fronteras de su país. Breve y enternecedora, es una suerte de cuento de hadas protagonizado por una pareja de enamorados, el cartero adolescente de Isla Negra y la hermosa hija del tabernero; la inesperada hada madrina es Pablo Neruda, único cliente de los servicios postales de la isla, durante los últimos años de su vida. Gradualmente, con el propósito de ganar el corazón de su dama, el cartero aprende del gran poeta el arte de usar palabras para expresar sus sentimientos. A partir de tal argumento, Skármeta hubiera podido escribir una fábula dulzona, convencional, simplista. Ardiente paciencia es en cambio un relato medido, lírico, regocijante, una historia de amor que es al mismo tiempo una lección sobre cómo se escribe un poema.

Alberto Ruy Sánchez (México)
Los nombres del aire (1987)

Con Los nombres del aire inicia Alberto Ruy Sánchez su crónica de la ciudad casi imaginaria de Mogador, que continúa en En los labios de agua, Los jardines secretos de Mogador, La mano de fuego y su coda, Nueve veces el asombro. Descripción soñada y sensual de una ciudad a la vez africana y mexicana, la saga es ante todo una indagación sobre el deseo a la vez fugaz y duradero, sobre la relación entre el sentido físico de las palabras y la expresión verbal de nuestros sentidos. Tomando como inspiración la gran tradición de la poética amorosa arábigo-andaluza, Alberto Ruy Sánchez entrelaza deliberadamente cuerpo y paisaje, caligrafía y tacto, exploración lingüística y fantástica, construyendo así una narración altamente erótica en la que amado y amada, autor y lector, papel y piel se mezclan y confunden.

Fernando Vallejo (Colombia)
La virgen de los sicarios (1994)

La tradición de violencia política en la literatura suramericana comienza con El matadero de Esteban Echeverría y se extiende a través de la gran literatura indigenista. Pero es con Vallejo que ese salvajismo, presente hasta entonces sólo en el relato mismo, arraiga también en el lenguaje, violentando el vocabulario y la sintaxis castellana, dando lugar a esa visión total del infierno que es La virgen de los sicarios, que Vallejo continuará en las cinco novelas autobiográficas que la siguen. Una inmensa cólera guía su escritura: ante la injusticia de los poderosos, las mentiras de la Iglesia, el sufrimiento de la gente común. La virgen… puede leerse como la desaforada crónica de la vida de los jóvenes asesinos profesionales de Medellín en Colombia, pero también como un ejemplo o reflejo de un desorden mayor, nacional o cósmico, que Vallejo denuncia.

Jorge Volpi (México)
El fin de la locura (2003)

Consagrado con la novela En busca de Klingsor, Volpi intentó en El fin de la locura una aproximación mexicana al Quijote. La ambición de esta novela, en gran medida lograda, es explorar, a través de la locura del psicoanalista Aníbal Quevedo, la de su país y del mundo. Desde el revolucionario París del 68 a la Cuba de Castro y al Chile de Allende, jalonando la degradación de la izquierda intelectual, el periplo de Aníbal Quevedo es el de un hombre que busca sentido a la sinrazón universal por todos los medios posibles, sea la política, la crítica de arte, la lingüística o la escritura, pero sobre todo por medio del psicoanálisis, la “alquimia del espíritu” como se llamó alguna vez a la caballería andante. Ése es el sentido de la palabra “locura” en el título, que debe entenderse no sólo como “conclusión” sino también como “propósito”.

Santiago Roncagliolo (Perú)
Pudor (2004)

El culebrón responde esencialmente a los requerimientos del drama clásico. En pleno Boom, Manuel Puig redimió tanto sus argumentos como su estilo. Santiago Roncagliolo, sólo la forma. Pudor es el relato entrecruzado de varias vidas de culebrón: un hombre muriéndose de cáncer, un niño obsesionado con la muerte, un gato donjuanesco y, principalmente, una mujer asediada por una correspondencia anónima y lasciva. La exageración y el desenfado del género son atenuados por la voz imperturbable de Roncagliolo, quien cuenta las historias de su gente con un ojo desapasionado y clínico. El pudor que da título a la novela no es sólo el que afecta a la conducta de los personajes; es, sobre todo, el del estilo de Roncagliolo, que rechaza tanto la sensiblería como el juicio moralístico, y deja al lector plena autoridad sobre la multiplicidad de desenlaces.

Rodrigo Rey Rosa (Guatemala)
La orilla africana (2006)

Alguna vez Severo Sarduy, tomando como punto de partida la descripción que hizo Colón de las islas del Caribe bajo la ilusión de que eran la India, describió su recorrido de la India como si ésta fuera Cuba. Con similar visión ecuménica, Rodrigo Rey Rosa reconoció en África del Norte sus paisajes natales. Así es como uno de los dos protagonistas de La orilla africana, un colombiano perdido en Tánger, descubre en la ciudad marroquí la poluta atmósfera de Cali, mientras que el africano Hamza se transforma en su espejo, traduciendo a la cultura de Tánger los afanes del primero. También de sus crueldades: La orilla africana puede leerse como una novela picaresca atroz e inclemente. Discípulo de Paul Bowles, y heredero de su lacónico estilo que profundiza y mejora, Rodrigo Rey Rosa logra en La orilla africana una pequeña obra perfecta.

Santiago Gamboa (Colombia)
El síndrome de Ulises (2007)

El exilio se ha convertido en uno de los temas literarios del nuevo siglo. Gamboa define imaginativamente el mundo del exilado donde la definición de nacionalidad se fortifica y se diluye al mismo tiempo por obra de la memoria. Esteban, el héroe de esta novela, descubre que sufre del síndrome que afecta no a todo viajero sino sólo a aquellos que no pueden volver a su país de origen: Ulises no viaja porque quiere sino porque está condenado al viaje. Sin sentimentalismo, sin ironía, con cierta ternura, Gamboa describe el itinerario de Esteban y de sus compañeros de infortunio, poseedores de tan sólo dos bienes, el sexo y la palabra, para sobrevivir en la ciudad emblemática del exilio, París, “enorme y pretencioso caravasar” como la llamó Henry James. El síndrome de Ulises es una novela apasionante, sabia y conmovedora.

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