12.5.08

La narrativa de Mario Bellatin

Entrevista de Juan Manuel García
La Jornada Semanal, Ciudad de México, 11/05/08


Autor de más de una docena de títulos que lo colocan en la palestra del ámbito literario hispanoamericano (su más reciente libro publicado por Anagrama es El gran vidrio). Para muchos –aunque él está lejos de todas las etiquetas– el escritor de culto que construye insólitas estructuras narrativas con cada uno de sus textos. “Me interesa que la literatura sea, exista y funcione en sí misma”; el novelista en cuyo nombre de dos palabras se encuentran una lista de títulos igualmente inquietantes que las frases que forman las primeras páginas de sus textos (Canon perpetuo, Poeta ciego, La escuela del dolor humano de Sechuán, Jacobo el mutante y Lecciones para una liebre muerta, entre otros traducidos a varios idiomas). Mario Bellatin, el nominado al Premio Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 2000 y ganador del Premio Xavier Villaurrutia en 2001 por Flores, ofrece en esta entrevista de propia voz y sin intermediarios, postales instantáneas que develan sus preocupaciones literarias y los mecanismos de escritura con los cuales urde mundos de una rara ficción que incluso él afirma olvidar con el tiempo: “Soy otro, pierdo un poco la noción del tiempo y cuando salgo lo olvido por completo, lo que he escrito.”

La imagen y la literatura

La imagen para mí es fundamental y yo creo que sirve no en los libros como para decir sin decir, yo creo que es una manera de hacer evidente el silencio, de hacer evidente lo insinuado, lo no marcado, lo no determinado; entonces yo uso mucho las imágenes en ese sentido: crear una atmósfera dentro de la cual poder introducir al lector y hacer pasar por un espacio paralelo de la realidad que obedezca sólo a sus propias reglas y para eso la imagen es fundamental. Muchos de los libros han surgido de una imagen estática, por ejemplo Salón de belleza, era en su espacio, con los enfermos, con las peceras.

Tiempos y espacios

Cuando la palabra escrita está demasiado cargada de significados o hay unas ideas muy concretas y muy definidas que se quieren expresar por medio de la escritura, muchas veces se pierde precisamente el poder de la palabra, el poder de la misma escritura, porque las ideas son las que muchas veces llevan la delantera. A mí me interesa que la literatura sea, exista y funcione en sí misma, y ni siquiera la literatura, la escritura, que la escritura forme un lugar con tiempo, espacio y dimensión, que sea autónoma de cualquier elemento incluso del propio autor.

Escribir sin finalidad última

Trato de que cada libro sea diferente, pero que al mismo tiempo haya una presencia de una determinada palabra, porque como yo escribo, porque tengo que escribir, o sea, no tengo ninguna otra intención. Incluso cuando he tratado de pensar en alguna otra intención que esté más allá del simple hecho de crear palabras, me ha parecido bastante banal. El hecho de convertirme en un escritor, o el hecho de tener libros publicados, o sea, lo que puede significar ser escritor socialmente o coyunturalmente, ninguno de esos elementos me llama la atención.

Unidad en el arte

Siento que mis libros por un lado se pueden leer de manera autónoma, y al mismo tiempo se pueden leer como un conjunto. Las diferentes novelas pueden ser tomadas como capítulos de una sola escritura y entonces eso se acerca bastante a mi idea en cuanto a la literatura o al arte, de que todo es parte de lo mismo, que todo es un solo libro como unidad; eso es el sentido de la unidad en el arte.

Del método

Una de las maneras en que yo trabajo es con varios textos al mismo tiempo que están siendo creados con distintas finalidades, entonces hay momentos como de quiebre o de parar, no sé, y de pronto es retomar el material que tengo y trato de darle distintas formas o distintos sentidos, muchas veces, casi siempre totalmente distintos a la idea original. Para yo publicar un libro tenía que tener en mi casa terminados otros, era como una especie de tabú, porque pensaba que si ya se iba ese texto me iba a quedar en el vacío más absoluto, pero ahora ya no tengo solamente uno, sino varios al mismo tiempo en distintos procesos de creación. Yo entro en ese espacio, soy otro, pierdo un poco la noción del tiempo, y cuando salgo lo olvido por completo, lo que he escrito. Muchas veces me pasa ya incluso con libros acabados de publicar, que me preguntan que tal personaje y tal otro y yo no tengo ni la más remota idea de lo que está en los libros, y el lector muchas veces eso lo siente como ofensivo, como si fuera una suerte de petulancia de mi parte.

Libros objeto

Mis libros no son libro objeto, pero si retomáramos el término independientemente de lo que supuestamente es un libro objeto, pues sí, y este libro por ejemplo, El gran vidrio, creo que conseguí de alguna manera que sea un libro objeto, en el cual la portada no es casual, como se suele poner en un libro, una carátula que haga alusión a, sino que fue parte de la propuesta. Ahora justamente quiero hacer un libro sin tapas, que quiere decir –parafraseando a Felisberto Hernández– que es libre y quiere decir que cualquiera puede haberlo escrito antes o después, o sea como que queda abierto para las dos opciones de que alguien lo pueda escribir desde antes o lo pueda escribir desde después, y de alguna manera eso es lo que a mí me gustaría que fueran mis libros.

Construcción mutua del lector


De alguna forma lo que yo intento en los libros es pedir al lector esta apertura, la falsa inocencia llamémosla, para que pueda introducirse en un universo determinado que se representa, que está diseñado para establecer una suerte de ritual entre el lector y el autor. No creo que mis libros sean un espacio de ideas preconcebidas, un espacio de comprobación de verdades. Me imagino que es un lugar de construcción mutua, de identificación mutua con un determinado lector, con un lector que quiera transitar por un universo que no podría transitar de otra manera.

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